Archive for May, 2012

EL DÍA VEINTISIETE

 

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ANA, LA MUJER... Y YO

Y luego llegó el 27 como bien sabía que iba llegar.  Desde luego, con la inevitibilidad de estas cosas, iba ser la manera menos propicia a pasar un día que me puedo imaginar.  Jugeteé con la idea de escribir sobre el día anterior – lo cual había sido lleno de acontecimientos – o el día después, e incluso – ¡Díos me libre! – de juntar retazos de otros días anteriores y subsecuentes, tejerlos y fingir que el resultado realmente fue mi día 27 de septiembre – 3, 3, ….ay y los dígitos de 2010 suman tres, entonces 3*,3*,3*.  Desde un punto de vista numerológico la fecha 27/9/2010 es magia fuerte.  No sería sensato fisgonear con ella; puede que sea algún justo castigo terrible e imprevisto, y, además ¿qué hubiera pensado Maxim Gorky?

Pues me enfrenté al toro, y aquí estoy empezando a grabar los eventos de aquel día  tan normal y corriente.  Tampoco tomé apuntes; no fue un día así, y, cuando, por fin, llegó la noche, me encontré demasiado agobiado incluso para coger el bolígrafo, así que me apoyo en mi memoria.  Al fin y al cabo solo fue ayer.

Fueron las primeras horas de ese día, desde la medianoche, empapado como estuve de vino y carne, que me derribaron.  Acabó la noche con un pacharán en un intento vano de quemar algo del marrano que acababa de comer, mucho de lo cual se quedó todavía en los interticios de mis dientes.  Sin embargo, después de una sola copa salimos de aquel bar con sus luces de rojo bajo, despidiéndonos de Maiquel y Kiko, quienes pensaron que eramos aguafiestas.  Como fuimos con paso ligero por la fría calle de piedra, mi brazo deslizó comodamente por los hombros delgados de Annie, igual que cien mil veces antes.  Eso sería diez veces por día durante treinta y cinco años y más.  Soy una persona muy física; a veces hubiera sido más veces.

Como siempre subí a toda velocidad corriendo los cuatro tramos de escaleras,  echándole una carrera a Annie en el ascensor.  Veo las escaleras como una oportunidad para un poco de esfuerzo físico, de manera que cuando no estoy subiendo o bajando escaleras a toda velocidad, me puedo permitir comer algo de comida más rica, y beber más vino bueno, con menos probabilidad de ponerme totalmente inmóvil de gordo.  Annie sabe que un día de estos me va a encontrar rojo y reventado, muerto de un infarto en medio tramo.  Probablemente lleva razón, pero hasta entonces, consiente a mi comportamiento infantil, nunca deja de reirse al abrirse las puertas del ascensor para revelarme apoyado contra la pared, aparentemente aburrido de esperar, y bostezando…pero a escondidas jadeando.  Creo que me quiere.

Esta vez fue fácil: fue un ascensor muy lento, y perdió mucho tiempo informándole que las puertas iban cerrando, y luego que las puertas iban a abrir, cosas que a todo el mundo menos a un tonto total, serían obvias.  Otra vez más deslizé mi brazo por sus hombros mientras anduvimos sin hacer ruido por el pasillo alfombrado hacía la habitación 406.

     “Y nada de tejemanejes”, me advirtió mientras hurgó con la llave en la cerradura.  “Tu aliento huele como los vapores del culo de un tejón”.

No quisé decir nada, pero me encontré muy demasiado hasta arriba con marrano y aturdido con vino para pensar en “tejemanejes”.

En vez de eso deslizamos los dos en un sueño crapulento, mientras la luna menguante tiró sombras de plata sobre la piedra dorada de la ciudad, y los borrachos ulularon y gimieron en los jardines abajo a orillas del río.

La próxima parte que ví de aquel día era el cielo pálido azul de las ocho de la mañana.  No me gustó nada lo que ví, pues me dí la vuelta y volví a dormir hasta las diez.  Y luego, a las diez, me pusé una camisa de lino, el mismo azul que el cielo, así que aparenté al día.  Fue una camisa barata; tres, si me acuerdo bien, por 10 euros.  Pienso que eran artículos con defecto de fábrica como consecuencia de ser demasiado cortas.  Apenas se remetió dentro de mis pantalones, pero fue aceptable siempre que no me agachara ni me sentara.

Gané el ascensor los cinco tramos al comedor de desayuno (en el sótano), y, cuando llegó mi mujer ya había servido las zumas de naranja y pedido los huevos fritos.  Beicon, salchichas y tostadas con mantequilla – es un desayuno que nunca comería en casa, pero en un hotel…. bueno, uno sería un gilipollas de no aprovecharse.

Annie se ocupó de arreglar la habitación y hacer las maletas, y, para quitarme de debajo de sus pies, me mandó a sacar dinero del cajero automático para pagar la cuenta de lavandería que sumó las 4,35 euros.  En esto tardé algo más que hora y media, al terminar lo cual conseguí ahorrar nada menos que tres euros de comisión.  Ya, antes de esto estuve sudando y fastidiado pero me pareció que todo había valido la pena, porque solo había metido seis euros en los bolsillos de los cabrones de banqueros en vez de los nueve euros que me habían exigido al inicio.

Annie esperó en el acueducto con las maletas y las cajas de vino, mientras yo fui a recoger el coche desde el aparcamiento soterráneo.  ¿De qué estuve pensando?  Supongo que en un diario íntimo uno debe de escribir lo que uno pensaba, pero tened en cuenta que siento un poco pachucho; tengo resaca.  Creo que no pensaba en nada.  Sí, recuerdo que disfruté el gruñido bajo del motor del coche, tanto que el chillido de los neumáticos sobre el recien pintado suelo del aparcamiento.  Y me preguntaba que partes de mi cuerpo más me dolerían al fin del viaje de ocho horas que estuve a punto de emprender.  ¿Serían los músculos en la parte alta de mis nalgas, mi coccíx ya amoratado, o el sitio donde mi zapato rozaba mi talón?

Pero tal vez si estuve pensando…quizas pensaba en el riesgo que uno corre cada vez que uno sale en carretera.  Estás más seguro volando en un avión que atado en tu tonelada estrepitosa de acero, plástico y cristal, con sólo la rapidez de tus reacciones y tu juicio innato de velocidad y distancia para protegerte de los amenazantes objetos inaminados y los incontables incompetentes y locos quienes habitan las carreteras.  Mejor quedarte en casa si puedes… pero a veces no hay remedio: tienes que irte.

 

Así que salimos vertiginosamente de Segovia, rumbo al sur, en un día soleado y el cielo encima enredado de estelas.  Ni habiamos corrido por aquellas largas carreteras tan solitarias tanto que media hora cuando vimos la cosa terrible.

Piezas de coche en medio de la carretera.  Pisé fuerte los frenos y ralentí.  Un coche patas arriba por el arcen; cuatro coches parados; gente corriendo; una mujer rubia con las manos arriba en la representación convencional del horror.  Esto era el fin imprevisto del viaje de alguien; el comienzo de un periódo de agonía para algunos queridos por algúna parte que todavía no supieron.  ¿Debemos de parar y involucrarnos?  No; ya hubo una docena de personas allí; no hubo nada que pudimos contribuir.

Asustados, corrimos algo más lentamente y en silencio durante un rato.  Hay millones de muertes cada día en el mundo, algunas apacibles, algunas violentas, algunas atroces, pero todavía es duro acordarnos de nuestra mortalidad.  Quince minutos más tarde habíamos vuelto a 120 kph mientras aparecieron los primeros señales al M50.

“Escuchemos el cuento?” sugerí en voz baja.

Annie metió la cinta en la máquina, y nos encontramos tranquilizados por la gentil voz refinada de Fay Weldon leyendo ‘Mantrapped’, una novela deslumbrante en que la escritora trensa su propia autobiografía con la historia extrañísima de sus personajes ficticias.  En poco tiempo nos encontramos cautivados y corriendo rápidamente hacía el sur, poseidos por el tipo de trance que viene con gran velocidad, una resaca ligera, y la escritura buenísima exquisitamente leida.

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UNOS PEPINOS

 

“Te apetece un plátano poderido?” me preguntó mi mujer atentamente.

“No” dije distraídamente.  La idea era poco seductora.

“Una manzana tal vez?”

“¿Cómo están?”

“Asquerosas”

“Entonces no…. Pero gracias de todas maneras”.

Empecé a sentir sueño, y me moví de una nalga a la otra.  Me apoyé contra el umbral; me colgué de la correa; conducí con las dos manos en el volante, luego solo la derecha; luego la izquierda con la mano derecha apretando la palanca de cambiar.  Me incliné y dí un apretón a la rodilla de Annie.  Me enderezé; me moví hacía abajo; apoyó mi cabeza contra el apoyacabezas; rasqué partes de mi cuerpo que no hacía falta rascarse.

En Turleque, justo al sur de Tembleque – ¡vaya nombres! – salimos de la carretera a por una pausa.  Colores primarias vivas, como McDonald’s, el espiritu infantíl del tiempo…..música sin sentido, un tema del Quijote al estilo de Disney.  Elegimos los dos la ‘Dulcinea’, que consistió en un café, una tostada y un zumo de naranja,,, y fue muy rico de verdad.  Empapamos nuestros tostadas en aceite y tomate y miramos distraídamente por el campo de cebada ya cosechada, donde una procesión sin fin de coches y camiones se precipitaba, aparentemente por el campo de cebada, rumbo a Andalucía.  Rellené de gasoil mientras Annie limpió la parabrisa, ya tan salpicada de insectos estrellados que apenas podía ver nada a traves de ella.

La pausa disipó mi sueño y nos juntamos de nuevo a la multitud movida.  En el desfile de Despeñaperros sentí la nerviosidad de Annie cuando adelanté los lentos camiones por aquellas curvas tan peligrosas.  No me gusta nada asustarla, pero hay que adelantar estos cabrones, o nunca llegarás a casa… y además hay el testosterone.  Cruzamos corriendo el Guadalquivir y descendimos hacía los olivares de Jaén.  La belísima sierra al sur de la ciudad se vió azul neblinoso por la luz del sol al atardecer.  Empezamos a sentir si estuvimos llegando a casa, y luego hubo más sierras iluminadas por la luz tenue de otoño: la Sierra Sur, Sierra Haranas y por fin Sierra Nevada.  Me pongo algo emocionado al ver las sierras, yo que soy de un país que no las tiene.

“Piensa”, dije a Annie, “que vivimos en las laderas de aquel belísimo mole!”  Pero solo gruñó, por no perder la frase importante que leía Fay Weldon.

Paramos en el Mercadona de Santa Fe por pan, plátanos, alubias y comida de perro y gato.  Todos los supermercados son chorizos, haciendo miserables las vidas de los agricultores por su pólitica de mantener los precios tan bajos, pero puede ser que Mercadona sea uno de los mejores de una pandilla de malos.  Los productos son buenos; el personal suele estar amable, y, tanto que uno puede ver, contento.  Lo que no me gusta del todo es la iluminación, y los espejos que hay en todas las columnas.  Me veo ir y venir y siempre iluminado por una luz calculada a hacer los tomates parecer aún más colorados que ya lo son.  Bien, yo soy una persona muy rubicundo; no necesito la ayuda de luces concebidas para intensificar el color de verduras para hacerme parecer colorado.  No es necesario; en otros supermercados – Carrefour, Alcampo – parezco más o menos un ser humano normal.  En Mercadona me veo como una cabeza roja amoratada acercándome por todos lados, y, francamente, me deprime.

Los espejos en el hotel de Segovia tampoco fueron muy buenos; me pareció que eran diseñados para  hacer un cuerpo parecer bajo y rechoncho.  Así que habia comenzado el día sintiéndome bajito y rechoncho, una condición exacerbada por la resaca.  Ya era bajito, rechoncho y rojo vivo con poco pelo cano.  El accidente que habíamos visto al norte de Madrid, sin embargo, me hizó sentir que, pese al ser bajo, rechoncho y colorado, tuve mucho suerte de quedarme vivo del todo.  Pero a pesar de eso tuve muchas ganas de volver a casa, donde tenemos un espejo que te hace sentir bien de tu mismo.

 

Al salir del supermercado, otro drama de tráfico se nos desplegaba.  Un coche salió de un espacio de aparcamiento justo calle abajo, y el conductor había dejado media jarra de lo que nos pareció gazpacho en el techo.  Mientras salía, se resbaló y adoptó un ángulo alarmante, pero sin caerse.  Fue una situación muy precaria.  Todo el mundo miró fijadamente; algunos gritaron, ulularon a carcajadas; otra mujer rubia subió las manos a la boca en aquel gesto convencional de horror, pero una versión más suave que eso de la mañana.  De repente toda la calle se llenó de gente gritando y riéndose.  Los coches tocaron los claxones….. uno hubiera pensado que España había vuelto a ganar el futbol….y a través de toda la marimorena el conductor del gazpacho continuó alegremente por la calle, su jarra media terminada de sopa tambaleándose desesperadamente en el borde del techo.  Dió la curva al final de la calle, y nunca volvimos a verlo.  En algún lugar tal vez una mujer lamentaba el triste destino de su jarra de gazpacho.

A siete horas al sur de Segovia las grandes curvas abiertas de la carretera arterial se rendieron a las estrechas carreteras de montaña de la Alpujarra, serpenteando como las tripes de una oveja en las estribaciones de la ladera sur de Sierra Nevada.  Es como África aquí; bonitos paisajes salvajes con pinchos y piedras y tierra pobre y escasa.    

       Vuelvo a casa; es aquí donde mi alma encuentra su reposo, y, con la luz tenue de la crepúscula del día 27 de septiembre 2010, casi me pusé a llorar de toda la belleza.

Con una caja de buen Ribera de Duero bajo cada brazo, pasé con gran estrépito la mosquitera de la casa…. Y allí estuvé, maestro de mi casa, alto, delgado y con una complexión humano más o menos normal.  No era del todo bajo, rechoncho y colorado.  No se puede exagerar la importancía de un espejo bueno en casa.  Me sentí contento.

      Calentamos un plato de chili y arroz y lo acompañamos de una modesta copa de vino.  Pensaba un rato coger el boli y escribir el día….. pero me encontré desmasiado agobiado.  Me cepillé los dientes y a las once me tumbé en mi propia y muy querida cama y ya por el camino del sueño.  Y ya estuvé profundamente dormido en aquel momento en que el día 27 de septiembre 2010 se deslizó sigilosamente al salir de nuestras vidas para nunca volver a ser visto.

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ME MARCHO, COMO EL DÍA

 

                                                           oooOOOooo


COPULACIONES POCO CONSEJABLES

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Mejor no probar esto en casa

Hay días, de vez en cuando, en los que no ocurre nada digno de contar, ni siquiera algo entretenido. Hoy, el 30 de marzo, está resultando ser uno de esos días… Me pregunto si la culpa es mía o del día. Creo que no sería correcto culpar al día, así que supongo que seré yo. Quizás esté de ese tipo de humor…y eso me hace pensar que si hoy soy capaz de escribir algo medianamente decente, entonces puedo hacerlo cualquier día.

Por la mañana paseé río arriba con los perros, como suelo hacer todas las mañanas. Había otro sapo muerto en la piscina, siempre es descorazonador, aunque tengo la impresión de que a los sapos les gusta así; parece formar parte de su ciclo. Esta muerte acuosa a menudo va acompañada de una especie extraña  de copulación, se enganchan tres o cuatro sapos más pequeños al cuerpo hinchado del sapo muerto, formando una piña en el agua.

Esta manera de copulación no es al gusto de todo el mundo. Agradecería a cualquiera que sepa lo que realmente está ocurriendo allí abajo que me informe, iluminándome así las tinieblas de mi ignorancia.

Me hizo pensar en Woody Allen diciendo “lo que tiene el sexo es que cuando es bueno es muy bueno y cuando es malo…también está bastante bien.”

Quizás los sapos lo vean de esa manera… o las arañas, de las cuales la hembra, en muchos casos, se acaba comiendo al macho. Una búsqueda rápida en las zonas más turbias de Internet demuestra que hay cosas mucho peores que te pueden ocurrir. Pero mejor no empecemos con ese tema.

Mientras paseaba río arriba meditando sobre los placeres y los peligros de la copulación, escuché un ruiseñor en los tamariscos, el primero del año. Apuntando las orejas hacia el lugar, no veía por donde andaba y pisé una desafortunada culebra que tomaba el sol cerca del agua. Con una palabrota silenciosa salió de debajo de mi chancla y se deslizó como un rayo río adentro.

Todo lo que lees te recomienda calzarte sensatamente con unas resistentes botas de montaña en los terrenos montañosos, pero menos mal que no lo hice, o se hubiese cerrado el telón para esa pobre culebra. Eso demuestra que no hay que creerse todo lo que uno lee.

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Peligro del sexo